Las moralejas del lago

 In Columnas

El episodio de Matías Pérez en el lago Ranco deja una serie de moralejas sobre el rol público de los empresarios. En tiempos donde la privacidad es un lujo, la conducta personal resulta no sólo en consecuencias personales, sino que corporativas. Es ahí donde nuestros empresarios y ejecutivos tienen mucho que aprender de este episodio.

 

Hace unas semanas se publicaba el estudio de Edelman sobre confianza en el lugar de trabajo y las instituciones. Los resultados muestran un cambio interesante en el mundo y en América Latina. Las personas están perdiendo cada vez más la confianza en las instituciones tradicionales, como los medios y la política. Asimismo, la relación dentro de los espacios de trabajo está más fuerte que nunca. Más del 60% de las personas considera que la persona en la que más confía es su jefe, y que el 75% de los encuestados cree que es el rol de los CEO el de liderar los grandes cambios. Ya no de los políticos ni de los medios.

 

Este cambio, y las expectativas respecto de su rol, son lo que está detrás, en parte, del repudio a las acciones de Pérez. Hoy se espera que un alto ejecutivo se comporte con estándares éticos altísimos. En su carta de disculpas, el empresario se muestra preocupado por que, según él, está frente a un linchamiento público. Esa preocupación muestra poca comprensión —como muchos otros que ostentan cargos de esa responsabilidad— de cómo los tiempos y los medios han cambiado para siempre la relación entre las élites y la ciudadanía.

 

Ya nadie está a salvo del escrutinio público. Antes nos enterábamos por las noticias sobre algún comportamiento privado reprochable. Ahora basta tener una cámara, un poco de memoria y una conexión a internet. Esto ha tenido consecuencias positivas para la generación de contenidos, pero también puede generar movimientos incontrolables para quienes no están acostumbrados a verse cuestionados ante ese mismo público.

 

Una de las consecuencias de esta revolución es que la privacidad ahora es un privilegio, sobre todo para quienes ostentan poder. Hasta antes de este episodio, pocos fuera del círculo empresarial o sectorial tenían claro quién era la persona detrás de Gasco. Hoy, la marca es sinónimo de la conducta del presidente de la compañía. Durante años nuestros empresarios y ejecutivos vivieron escondidos tras el aparataje de sus propias compañías, y sólo salían a la luz pública para hablar de los resultados, si había una crisis o si optaban a cargos gremiales.

 

Esa es la segunda moraleja de la historia del lago. Las acciones privadas de los altos ejecutivos repercuten en la reputación corporativa de sus empresas. El caso de Matías Pérez estará indeleblemente unido a Gasco. El daño reputacional se contagia. Por lo mismo, altos ejecutivos, CEO y miembros de directorios tienen que aprender que las reglas del juego cambiaron, y que las nuevas formas de comunicación los vuelven sujetos de escrutinio público.

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