Nuevo movimiento estudiantil

 In Columnas

En 2011 el movimiento estudiantil inauguró un nuevo ciclo en la política chilena. Cientos de miles de jóvenes protestaron contra el sistema educacional, principalmente contra su régimen de financiamiento. Algunas de estas marchas se hicieron en un ambiente familiar, de masivo y pacífico reclamo. Allí radicó su fuerza, capaz de producir un efecto que se siente hasta hoy.

Sin embargo, el movimiento y el concepto mismo de manifestación (“la calle”) entraron en una pendiente de encapuchados, violencia y enfrentamiento con Carabineros. Jóvenes entrando de forma descarriada a La Moneda, escolares diciendo que no dejarán gobernar al Ejecutivo, encapuchados tirando bombas molotov a una farmacia —causando la muerte de un trabajador de 71 años— son muestras de esta nueva forma de actuar.

Ahora, dirigentes de los secundarios anuncian que radicalizarán su movimiento. Podemos esperar, por lo tanto, más manifestaciones, más violencia y destrucción de bienes públicos y privados. El sentido común, que prima entre las personas normales, rechaza este vandalismo. Por este camino los jóvenes que convocan a estas protestas no obtendrán respaldo a sus reivindicaciones, como sí ocurrió en 2011.

La autoridad no puede permitir que se arriesgue la vida de otras personas, como en Valparaíso. Todos los ciudadanos tienen derecho a manifestarse, pero sin afectar los derechos del resto. La libertad individual se ejerce sin menoscabar la de terceros. Por eso se equivocan los jóvenes cuando dicen que no tienen que pedir permiso a nadie. Desde luego que tienen que hacerlo: es la autoridad la que dispone del espacio público compatibilizando los derechos de todos, no sólo de los estudiantes que protestan. En este discurso rebelde se asoma, a veces, un profundo individualismo, que uno no esperaría en quienes reclaman precisamente más intervención del Estado y un refuerzo de derechos colectivos, en desmedro de las soluciones privadas.

La sociedad va a reaccionar frente a esta pérdida de sentido de comunidad. Con su violencia, encapuchados e intransigencia, los jóvenes están derrochando el capital que el movimiento estudiantil logró en otra época. Demandar gratuidad a toda costa, sin considerar los recursos del Estado, ni la necesidad que tiene el país de seguir creciendo, es ponerse en una posición inevitablemente violenta y minoritaria.

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