Trump

 In Columnas

Estamos viviendo el fin de un orden mundial y se asoman signos de algo nuevo, pero es imposible adivinar qué.  La despedida de Barack Obama de la Casa Blanca, y la llegada de su sucesor, son el símbolo de que un cambio de era que se viene por delante.

 

Estados Unidos ha sido el gran imperio de la modernidad, está construido sobre una ideología: el pensamiento liberal en sus expresiones políticas y económicas.  Es la potencia por cuyas venas corren la democracia y el libre comercio.  Vencedor de la guerra fría, hasta el último rincón del planeta llegaron los “blue jeans” –símbolo de la libertad individual- y el libre comercio; la democracia, en cambio, avanza con bastante más moderación.

 

Pero su propio triunfo instaló el germen de los problemas que hoy vive la primera potencia mundial; desarmado el orden bipolar, abandonado el comunismo, las dos grandes potencias imperiales ubicadas más allá de occidente: Rusia, en la frontera, y China en el oriente, comenzaron una fuerte expansión económica, que se suma al fenómeno económico, cultural, político y tecnológico de la globalización.  Occidente que, durante la guerra, fría tenía varios puntos de referencia claros y con ello muchas certezas comenzó a perderlas, la incertidumbre y otros tipos de temor han llegado bajo la forma de un malestar que cunde entre sus clases medias y que busca expresión política.

 

El problema de Estados Unidos y Europa es que la política debiera ser portadora de malas noticias: por muchos años han gastado más de lo que podían, sus déficits no son sostenibles, han perdido competitividad. En pocas palabras se han empobrecido en términos relativos.

 

Pero a la política no le gusta dar malas noticias, prefiere buscar culpables, decirle a la gente que no tiene que hacer sacrificios. El ciclo vital de Estados Unidos se marca en que, de alguna manera, Obama y Trump son dos expresiones del mismo ciclo: el primero, con una agenda social que incrementó un déficit que ya se mide en trillones de dólares y el segundo, con un discurso xenófobo y proteccionista que muestra un Estados Unidos aislado y amenazante.

 

Sin la fe en el libre comercio y en una democracia fuerte Estados Unidos dejaría de ser lo que es. Eso encarna Trump, la posibilidad de un Estados Unidos que pierda la fe en si mismo y se convierta en una caricatura de lo que fue. Ese si sería, aquí y ahora, otro orden mundial.

 

La comparación entre el carácter de Obama y el de Trump es cruel pero no es más que la constatación de dos períodos que se cruzan. Por una parte, estamos viendo en el mundo la caída de la socialdemocracia, y con ella caen las políticas moderadas, los acuerdos y las políticas públicas basadas en la tecnocracia. El reemplazo es un amigo conocido en nuestro continente: el populismo. Ahora viene la era de las pasiones, las mentiras, la manipulación de la información y los egos inflados de los líderes.

 

El mejor antídoto al populismo son las instituciones sólidas y confiables, y eso mismo es lo que está en duda. Estados Unidos nos mostró la resistencia de sus instituciones con una impecable transmisión de mando. En un mundo convulsionado como el de hoy, una transición pacífica es un lujo que admirar más que algo que dar por sentado. Pero por eso mismo está por verse cuán resistentes son esas organizaciones ante la arremetida de un presidente que está buscando saltárselas constantemente.

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