Bolivia, ¿y ahora qué?

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Al terminar los alegatos en La Haya, la sensación es agridulce. No porque nuestro equipo haya hecho una mala labor, al contrario. Incluso para los más legos queda la convicción que la posición chilena tiene fundamentos sólidos, avalados por años de historia y de cumplimientos de tratados. Pero si algo hemos aprendido a partir del diferendo marítimo con Perú, es que el actuar irreprochable no es suficiente para asegurar una victoria.

 

Algunos han criticado la aparente naturaleza política de la Corte Internacional de Justicia. En medio de los fallos controversiales de nuestro propio Tribunal Constitucional, parece razonable criticar de esa forma a cualquier organismo jurisdiccional que no falle de acuerdo con nuestras preconcepciones. Pero por eso mismo los abogados suelen decir que es mejor un mal acuerdo que un buen juicio, pues al enfrentarse a un tribual siempre tenemos que estar dispuestos a perder algo. Más allá de las motivaciones políticas que puedan o no tener los jueces de La Haya, lo cierto es que la participación y protagónica en el concierto jurídico internacional es un compromiso demasiado importante como para romperlo en nombre de la desconfianza.

 

Pero sin duda, lo que más me preocupa, es el futuro luego del fallo. Aquí no se trata de perder o ganar. En el peor de los escenarios, Chile es obligado a sentarse en una mesa de negociación para discutir una posible salida al mar para Bolivia. Pero eso está muy lejos de las reales aspiraciones bolivianas. Nada asegura – es más, me atrevería a decir que es casi imposible en las actuales circunstancias – que Chile esté dispuesto a participar de esas negociaciones con la oferta de acceso soberano al mar. Si alguna vez, en algún momento de estos últimos 140 años, esa posibilidad pasó por la cabeza de los gobernantes de nuestro país, es muy difícil que vuelva a ocurrir. Las tensiones y hostilidades recibidas desde nuestros vecinos hacen difícil una postura benevolente a su causa.

 

Bolivia seguirá ahí, compartiendo una extensa frontera con el norte de nuestro país, lo que implica un inevitable flujo de personas y bienes. Más aún, Bolivia siempre tendrá una posición estratégica para nuestros intereses, más allá de lo que nos puedan ofrecer de forma material. El fallo en La Haya, sea cual sea el resultado, va a dejar a los ciudadanos bolivianos insatisfechos. Cualquiera sea el resultado, va a alimentar un sentimiento anti-chileno del que ya no podemos ser culpados. Y eso es claramente un problema para nuestra convivencia.

 

Hoy, ciudadanos de ambos lados del altiplano, hemos sufrido por la inoperancia y falta de liderazgo las autoridades. En particular, los políticos bolivianos han ocupado esta su mediterraneidad como justificación para su inoperancia en llevar a Bolivia, un país rico en recursos naturales, a un estado de desarrollo que asegure la dignidad de sus ciudadanos. Al contrario, nos han culpado a nosotros de sus propios errores.

 

Los países de Europa han sabido reconstruir confianzas después de siglos de guerras y de disputas fronterizas. A pesar de la beligerancia de algunos de sus dirigentes, han aprendido a construir relaciones a nivel de pueblos que hoy les permite tener una identidad e intereses comunes. Eso parece años luz de lo que puede ser nuestra relación con nuestros vecinos bolivianos, pero debiera estar en la agenda prioritaria hacia el futuro.

 

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